Mathews, Christopher Steven #

A pesar de su tranquila personalidad, Christopher no es sencillo de pasar por un lado y no percatarse de él. Sus ojos, grandes y enmarcados por abundantes cejas y pestañas, van tirando a un color verdoso, oscuro. Su piel es clara, y a la vez influenciada por el sol con ligeros bronceados. Su mandíbula es cuadrada, su nariz y barbilla ligeramente puntiagudas, y sus labios delgados. Su dentadura es blanca y perfecta, a excepción de unos enormes caninos que posee. Su cabello va de un tono castaño claro, liso y siempre despejado de su frente. Su cuerpo por otra parte, da mucho de qué hablar. Desde sus perfectamente definidos brazos, hasta su abdomen tal cuaderno de cálculo, no se ve un solo rastro de carne extra: hueso, piel y músculo. Anchos hombros, delgadas piernas y una altura con alrededor de un metro ochenta. Sobre su brazo derecho está tatuada una rosa, en honor a todos aquellos que le han dejado. Su voz es clara, aunque un tanto profunda; mientras que su caminar es ligero y despreocupado, libera un aire de tensión extraña a cada que entra en una habitación.

Al ser un chico por demás sencillo, no viste de forma opulenta, sino en un punto medio entre ése estilo Indie que usa un adolescente y la elegancia del vestir y porte que lleva un hombre con familia, trabajo y muchas cosas en la cabeza. Las zapatillas deportivas y los zapatos de vestir son lo único que va a sus pies, además de los calcetines. Pantalones y bermudas, desde tonos claros hasta oscuros, pero siempre en gamas serias. Mezclilla, camisetas sencillas con cuello redondo o en "V", suéteres para acompañarles, y en gran medida, su única chaqueta de cuero. Jamás lleva puesto un reloj, ni lleva cadenas, pero siempre trae el anillo con el emblema familiar. Para cualquier evento cuenta con una gran cantidad de trajes de etiqueta, anteriormente propios de su hermano.

“No puedes escaparte cuando es tan real y fuerte, cariño. No temas mostrarte tal cual eres, y no temas a lo que puedas perder en el camino; en ocasiones, las cosas que más anhelas, al final vuelven a ti” – Imelda C. Cartright.

En apariencia y realidad, Christopher es una persona esencialmente sencilla, con pocos conflictos existenciales, pero si bañado con los trágicos recuerdos de su pasado. Como sacado de un cuento de hadas moderno, el castaño es educado, elocuente, caballeroso y repleto de excelentes modales: hombre de una sola mujer. Sin hacer alarde, posee un vocabulario en extremo completo, un gran sentido de la responsabilidad y perpetuamente respeta a los demás cuando bien lo tienen merecido. Gentil, dulce y considerado, jamás actúa de manera egoísta, puesto que para él, siempre va primero el bien común. Excelente consejeros, fiel confidente y perfecto apoyo moral cuando los demás le necesitan. Tiene ésa pequeña chispa de hacer reír a los demás durante tiempos difíciles, y de mantener una fuerte empatía con ellos, entendiéndoles y así descubriendo lo que secretamente quieren y también lo que necesitan. Cuidadoso, siempre leal y poco dado a lastimar a aquellos que le rodean. Por excelencia, Christopher es un alma pura, libre de malos deseos para aquellos que no son de su completo agrado, pero claro, es demasiado modesto como para sacarlo presuntuosamente. Mal mentiroso, pésimo manipulador y carente de egoísmos infundados o arrogancias fuera de lugar. No es dado a romper las reglas, pero también le cuesta colocarse sus propios límites.

“Espero tanto de ti, no me decepciones como lo ha hecho tu hermano: estamos apostando tanto en ti, en tu futuro. No lo arruines, no ahora, Christopher” – Collin F. Mathews.

Desde siempre, Chris ha buscado en los demás una especie de aceptación, puesto que todas aquellas charlas sobre el éxito que su padre solía darle, se le han quedado grabadas en su subconsciente. Por supuesto, pone primero la felicidad antes que el mero éxito laboral, pero de cualquier forma, siempre ha querido hacer sentir orgulloso a su padre, donde quiera que se encuentre. Terriblemente terco; arrogante y escaso de paciencia con la mayoría de las personas. Posee una valentía que roza a ser temerariamente estúpida: a pesar de que Chris adore los retos pero pase de los riesgos, le es imposible negarse a uno cuando el objetivo le resulta tentador. Perfeccionista y calculador en asuntos de trabajo, impulsivo y divertido a la hora de estar junto a las personas. Lleva un sentido del humor por demás encantador y simple, libre de ironías, cinismos o crueldades, pero no se veta del sarcasmo puro. Permanentemente en movimiento, Christopher jamás puede quedarse quieto, puesto que todo el tiempo se ve en la necesidad de realizar algo productivo. Ingenioso, imaginativo y creativo, nunca se le cierran las puertas, lo cual le vuelve una persona verdaderamente optimista. Afectuoso y con una enorme capacidad de amar incondicionalmente a los demás.

“No me interesa ya, Chris. Mañana me casaré con tu hermano y punto, no planeo echarme para atrás, sin importar lo que pasó anoche” – Jane P. Everard.

A pesar de estar enamorado de la idea de la vida y ser bastante pasional con sus actos, resulta bastante celoso para con todas aquellas personas que considera demasiado cercanas. Sin importar el permanente vacío y dolor que le ha causado la pérdida, es capaz de dejar a las personas adentrarse en su vida, ganándose y otorgando su confianza de poco en poco, pero eso no significa que comparta libremente sobre su vida privada y pasado con quien se le cruce en el camino. Da primero las palabras que los golpes, un pacifista. En ciertos ambientes se desenvuelve con demasiada seriedad y madurez, pero en la mayoría del tiempo, se encuentra rodeado por un aire de jovialidad, diversión y magnetismo. No es el sobre protector que solían ser sus padres, sino todo lo contrario: otorga ésa libertad a los demás que tanto ama él, y prefiere otorgar ésas libertades antes que recibir mentiras u hostilidades. Posee una seguridad y confianza en él mismo que le vuelven sumamente competente, pero al abrirse ante las personas, acaba estando vulnerable y en un blanco fácil. A pesar de encontrarse perdido entre las redes de su propia vida en más de una ocasión, Christopher cree fielmente en la felicidad y la posibilidad de tenerla.

“Nada tiene importancia, hermanito. No si lo único que te brinda es angustias e infelicidad. Sé que siempre has querido hacerlos sentir orgullosos de ti al superarte siempre, pero para antes de que olvides lo que tú quieres. Si te sirve de algo, yo siempre he estado orgulloso de ti, y siempre lo estaré” – Robert E. Mathews.

Desgraciadamente, su paciencia no llega a mucho con los adultos, no soporta la incompetencia. Bastante orgulloso, terco y privado con todos los temas que se relacionan con su familia o él mismo. En extremo celoso y precavido. En ocasiones demasiado maduro y lleno de seriedad. En momentos de cólera, prepotente y arrogante.

Responsable, maduro y confiable, además de ser increíblemente gentil y caballeroso. Dulce, respetuoso, y siempre en la búsqueda de ayudar a los demás. Elocuente y muy bien educado, prefiere siempre la diplomacia antes que la agresividad completa; astuto como él mismo, con una imaginación inagotable y una pasión por la vida difícil de superar.

Buenos padres, cariñosos y responsables, pero siempre ocupados con el trabajo y sobre preocupándose por Christopher. Veían un prometedor futuro en el menor de sus hijos, mientras que con Robert, se acababan las esperanzas. El amor que compartían era demasiado profundo, por lo que, cuando hace ocho años murió Collin en un accidente en una de las construcciones que supervisaba, Imelda acabó por suicidarse. Un acto, según los ojos de Chris, bastante egoísta y cobarde. Tenía dieciocho años. Collin murió a los treinta y ocho años, Imelda a los treinta y seis.

El hermano malo, el que salió defectuoso. Siempre se metía en problemas, peleas y conflictos, hasta que sus padres dejaron de ponerle interés y se enfocaron sobre de Christopher. Crecieron entre ligeras rivalidades y muchas confrontaciones, pero al final del día, se apreciaban más que nadie. Cuidaron el uno del otro, y se mantenían en contacto incluso después de la muerte de sus padres. Chris fue nombrado custodio de su hija Molly tras la muerte de Robert y Jane en un accidente de tránsito, hace ya tres años. Murió a los treinta años.

Esposa de su hermano, madre de Molly. Christopher fue quien la presentó a la familia, así acabó por casarse con Robert. Estuvo encaprichado con ella más de un año, y antes de la boda, tuvieron un pequeño desliz, el cual prometieron siempre guardar en secreto. Robert jamás lo supo, y con los años, el asunto dejó de darle importancia a Chris. Jane era cuatro años mayor que él, de cualquier forma. Murió a los veintiocho años.

Su pequeña ahora hija. La ama, consiente y mima más que a nadie, siempre le concede todos sus deseos, a pesar que por sangre se trate sólo se su sobrina; es su guardián legal, profesor, padre, confidente y mejor amigo. La tiene consigo desde que la pequeña tiene cuatro años, y él veintitrés. Está al tanto de lo sucedido con sus padres, pero desde su visión, Christopher es su verdadero papá.

Una tibia madrugada de octubre, en el corazón de la ciudad de Atlanta, en Georgia, nació Christopher Steven Mathews, segundo y último producto del matrimonio entre Collin Mathews e Imelda Cartright, teniendo como hermano mayor a Robert Mathews, aventajándole con nada más y nada menos que seis años de diferencia. Durante toda su infancia, su vida se vio marcada por las preferencias y trabajos de sus padres: mientras Collin se iba a las construcciones que supervisaba como ingeniero civil, su madre mantenía a flote una firma de abogados, dejando el cuidado de Christopher en manos de su hermano. Desde que pronunciaba sus primeras palabras, fue más que evidente el impacto que tenía su zona de residencia en él: era todo caballero sureño, educado y propio. Conforme los años pasaban, su relación con Christopher se fortalecía, ya fuese por las rivalidades y peleas o por la increíble cantidad de tiempo que pasaban juntos. Los hermanos Mathews eran bien conocidos entre el público femenino: uno era dulce, gentil y caballero; el otro atrevido, rebelde y peligroso. Con esas diferencias, crecieron, aumentando sus rivalidades gracias a la evidente preferencia que Collin e Imelda le profesaban a Chris. Cuando el menor de la familia tenía quince años, conoció a Jane Everard, una chica que acababa de mudarse a la ciudad y que compartía una clase diurna de literatura. Aquella chica, bella como ninguna, dulce y a la vez tentativa, le superaba por cuatro años, y fue imposible negar la atracción entre ella y su hermano Robert una vez que les presentó. Christopher vivió encaprichado con ella durante dos años, hasta que un par de noches antes de la boda entre su hermano y su enamorada, con un par de botellas de licor encima, Jane y Chris se acostaron. No fue para nada lo que había esperado Christopher, que con sus dieciocho años de edad, comenzaba a coger un poco de madurez: le invadía la culpa, se arrepentía y sabía perfectamente que, a pesar de no haberlo sentido como se lo había imaginado tantas veces, seguía siendo igual de grave. Jane le hizo prometer que nunca le diría una palabra nadie, en especial a su futuro marido. Guardó esa promesa, jamás dijo una palabra. La boda se llevó a cabo como si nada hubiese sucedido. A los tres meses, Jane quedó embarazada, y Christopher cada vez más destrozado por la culpa. Y no sería hasta que dentro de un año después, al tener nuestro protagonista dieciocho años, que todo se vino abajo. En un accidente dentro de una construcción, su padre había fallecido. Con la pena y el dolor cargando en la espalda, su madre cometió suicidio. Christopher jamás pudo perdonarla, puesto que les había dejado a su hermano y a él sin más familia que el uno y el otro. Días después nació Molly, el fruto entre Jane y Robert: la familia de tres se mudó a California, mientras que Chris se iba a la Universidad de Nueva York a estudiar Biología. En un inicio, tras la muerte de su padre, se había planteado el posponer los estudios, pero luego se convenció de que, seguramente, su padre no habría querido eso. El último impulso para convencerle en irse, fue el suicidio de su madre: no quería ver aquella casa, aquella ciudad. Después de cuatro buenos años en la universidad y unas visitas ocasionales a California para poder ver a su hermano, su cuñada y la pequeña Molly, terminó por graduarse. Christopher, tal haber olvidado sus caprichos para con Jane, planeaba recorrer el mundo durante un tiempo, indeciso en qué dedicar su vida: se había vuelto un tanto irresponsable, inmaduro y despectivo a los temas de su familia. Fue así cuando, dando una corta visita en California, ocurrió el accidente que quitó la vida de Robert y Jane. Chris se encontraba en casa con Molly cuando sucedió, y después de llegar al hospital y suplicar a gritos que salvasen a su hermano, la noticia de su muerte quedó en total impacto. Dos días después, el testamento llegó, dejándole tres importantes cosas: todo objeto material y monetario de aquellos dos fallecidos, su casa allí mismo en California y la custodia de Molly. No se lo tuvo que pensar dos veces: si su hermano quería que se encargara de su sobrina, lo haría inmediatamente. Mandó traer sus cosas hasta California y se estableció con Molly. La pequeña siempre supo bien que sus verdaderos padres habían muerto en un accidente, y que Christopher era en realidad su tío, pero sin que eso cambiara las cosas, siempre se dirigió a él como “papá”. Buscando lo mejor para ella, acabó por inscribirla inmediatamente en Sunnyside, mismo lugar donde obtuvo trabajo como profesor. Cumpliría veinticuatro años cuando conoció a Amanda Summers, la hermana mayor de uno de los niños que estudiaban en aquél lugar, Michael. En poco tiempo se volvieron pareja, llevando ya casi a la actualidad dos años juntos. Le ama con especial incondicionalidad, la cuida y consiente casi tanto como a su pequeña Molly, quien, por alguna razón, no soporta a Amanda, del mismo modo que Michael, el pequeño hermano de su novia, no le soporta a él. Muchas cosas han dado un brutal cambio desde la muerte de su hermano, cambiando su estilo de vida, el deber de cuidar a otro, y la lista sigue. Christopher sigue acostumbrándose a todo ello: desde los caprichos inesperados de su hija hasta el reconfortante calor de California.

Le encantan todas las cosas azucaradas, sobre todo el chocolate y los dulces con coco. Le encantan los perfumes frutales en las mujeres, el olor de los pinos navideños y el de libros antiguos. Le encanta la actividad física y todo plan al aire libre. Le encantan todo tipo de animales, los días con mucho sol y las habitaciones frías.

Detesta el sabor de la menta; usa dentrífico sabor hierbabuena. Es imposible que coma tomates, calabazas o cualquier tipo de hongos. Le desagrada el olor a pescado crudo, y por lo mismo, no le gusta el sushi. No le agradan las personas vanidosas, prefiere pasar de ellas. No le agradan las películas de terror: las encuentra verdaderamente malas.