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Casting {#Christopher S. Mathews#}
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Casting {#Christopher S. Mathews#}
Cuando tu hermano mayor te pedía de favor utilizar tu nombre para el registro de un acta, por lo general accedes. Cuando te nombran el tutor de su pequeña hija en caso del fallecimiento de ambos padres, también accedes. Porque nunca se te llega a cruzar por la mente que tal vez, y sólo tal vez, las tragedias sí le ocurren a las buenas personas. Nunca llegas a imaginar que, de pronto, todo puede perderse. Y día a día, a pesar de lo que dicen en cotilleos todos aquellos que no me creían siquiera capaz de cuidarme a mí mismo del todo, con toda modestia soy capaz de decir que he podido, que seguiré con toda la responsabilidad encima, y que por supuesto, no me arrepiento de nada. Sin importar lo arduo que resultara el día, el cansancio y el peso de cuidar de otro que no fuese yo mismo, disfrutaba de todo aquello. Tantas veces nos habían confundido a Robert y a mí, creyendo que yo sería el mayor de los dos, sin importar nuestra diferencia de seis años. Las expectativas más altas se habían depositado en mí, el educado caballero de Christopher, tan increíblemente gentil, listo y prometedor. Toda una vida planificada, cuando ni siquiera eran las intenciones que más se pasaban por mi cabeza. Habían pasado ocho años desde la muerte de nuestros padres, y tres desde que Molly quedó a mi tutela; anunciando la muerte de Robert y su esposa, Jane. Ya habían pasado tres años, y no existía el día en que no le extrañara, en el que no le aclamara gritos de auxilio a aquél, mi hermano mayor. En cosa de semanas, había pasado de ser el tío Chris, el que la acompañaba al parque cuando sus padres tenían trabajo, el que la paseaba a por frituras que su madre no la dejaba comer, a convertirme en su padre y tutor, en su cuidador, confidente y mejor aliado. Jamás sería el padre modelo con la pequeña Molly, sencillamente, no podía: cosas dentro de mi alma no me permitían ser severo con ella, imponerle castigos de cualquier naturaleza, o incluso en reprenderla: la adoraba, y ella lo sabía. Sí, ella lo sabía.
Dormir, dormir era uno de los pocos gustos que podía darme en las últimas semanas, tomando en cuenta las clases, los cuidados de Molly y, en fines prácticos, el satisfacerle todos sus caprichos. Al fin, era sábado, seguramente por la mañana. Llevaría más de ocho horas en la cama, anhelante en el poder quedarme allí aunque fuese una hora más, en la completa oscuridad que proporcionaban aquellas mágicas cortinas. Con un ojo abierto y la mayor parte del rostro enterrada entre las almohadas, la sentí incluso antes de que dejara caer todo su peso sobre mí, sin causarme el más mínimo daño. – ¡Papi! ¡Arriba! – exclamó mi pequeña Molly, dando aleatorios saltos alrededor de mi casi inerte figura. No hice un solo sonido: por más que quisiera seguir en la cama, me era imposible ignorar los deseos de aquella diminuta rubia. – ¡Arribaarribaarribaarriba! – dijo más fuerte, atropellando las palabras, con lo que pude percibir, un tono de fastidio. Brutalmente, me di la vuelta, cogiéndola por la cintura para tumbarla sobre de la cama. Rompió en risas infantiles y agudas, a las cuales acompañé yo mismo poco después. Le acaricié el cabello, un gesto que con los años, me había demostrado que era capaz de tranquilizarla, sobre todo durante sus eufóricas mañanas libres. Sin demorarse mucho más, me dedicó una de ésas sonrisas de angelillo malcriado, las cuales por supuesto, eran completamente mi culpa – ¿Me llevarías a Carl’s? Tengo hambre, y la heladera está vacía – pidió, haciendo un breve puchero con los labios. Le regalé una sonrisa de aceptación muy conocida para ella y se levantó a toda velocidad. Noté que ya estaba cambiada, y que muy para mi pesar, resultaba ser mi culpa el que no hubiese nada de comer en casa. Bajé las piernas de la cama, sentándome en el borde. Al instante, la rubiecita me extendió unos pantalones de mezclilla, una camiseta con el rótulo de Vans y unas zapatillas deportivas de la misma marca. Con una sonrisa modesta, volteé a verla: su mirada caía en mí, delicada y sutil como la de cada mañana – Gracias, pequeña – solté, cogiendo las cosas y levantándome hacia el baño para darme un rápido cambio; después de todo, hacerla esperar no era una opción. – De nada, pequeño – me respondió, ante lo cual ahogué unas risas, cerrando la puerta a mis espaldas.
Dormir, dormir era uno de los pocos gustos que podía darme en las últimas semanas, tomando en cuenta las clases, los cuidados de Molly y, en fines prácticos, el satisfacerle todos sus caprichos. Al fin, era sábado, seguramente por la mañana. Llevaría más de ocho horas en la cama, anhelante en el poder quedarme allí aunque fuese una hora más, en la completa oscuridad que proporcionaban aquellas mágicas cortinas. Con un ojo abierto y la mayor parte del rostro enterrada entre las almohadas, la sentí incluso antes de que dejara caer todo su peso sobre mí, sin causarme el más mínimo daño. – ¡Papi! ¡Arriba! – exclamó mi pequeña Molly, dando aleatorios saltos alrededor de mi casi inerte figura. No hice un solo sonido: por más que quisiera seguir en la cama, me era imposible ignorar los deseos de aquella diminuta rubia. – ¡Arribaarribaarribaarriba! – dijo más fuerte, atropellando las palabras, con lo que pude percibir, un tono de fastidio. Brutalmente, me di la vuelta, cogiéndola por la cintura para tumbarla sobre de la cama. Rompió en risas infantiles y agudas, a las cuales acompañé yo mismo poco después. Le acaricié el cabello, un gesto que con los años, me había demostrado que era capaz de tranquilizarla, sobre todo durante sus eufóricas mañanas libres. Sin demorarse mucho más, me dedicó una de ésas sonrisas de angelillo malcriado, las cuales por supuesto, eran completamente mi culpa – ¿Me llevarías a Carl’s? Tengo hambre, y la heladera está vacía – pidió, haciendo un breve puchero con los labios. Le regalé una sonrisa de aceptación muy conocida para ella y se levantó a toda velocidad. Noté que ya estaba cambiada, y que muy para mi pesar, resultaba ser mi culpa el que no hubiese nada de comer en casa. Bajé las piernas de la cama, sentándome en el borde. Al instante, la rubiecita me extendió unos pantalones de mezclilla, una camiseta con el rótulo de Vans y unas zapatillas deportivas de la misma marca. Con una sonrisa modesta, volteé a verla: su mirada caía en mí, delicada y sutil como la de cada mañana – Gracias, pequeña – solté, cogiendo las cosas y levantándome hacia el baño para darme un rápido cambio; después de todo, hacerla esperar no era una opción. – De nada, pequeño – me respondió, ante lo cual ahogué unas risas, cerrando la puerta a mis espaldas.
Invitado- Invitado
Re: Casting {#Christopher S. Mathews#}
Excelente! Casting Aceptado
>Bienvenido al foro
>Ya puedes proseguir con los registros y ficha
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